Reseña Histórica

Sección temporal 1
La lógica del mar

Fundación de Constitución

Antes de existir como ciudad e incluso como astillero, Maule era un paisaje indómito donde changos y mapuches encontraron comida y refugio, al tibio amparo de una pesca abundante y bosques generosos, cabalgando dunas y humedales interminables.

Este portentoso río fijó un límite para tanto para los Incas como para los españoles, quienes se encontraron cara a cara con este coloso fluido buscando el estrecho de Magallanes en 1536 y al mando del Capitán Gómez de Alvarado. Luego le seguiría Pedro de Villagra y por cierto el omnipresente Pedro de Valdivia, y por siglos mantuvo tuvo esa connotación casi mística de terreno en disputa, ese espacio indescifrable “entre el Maule y el Bío Bío”.

Cuando ya changos prácticamente no existían y los mapuches se encontraban parcialmente dominados, los galeones que circulaban por el pacífico henchidos de riqueza indiana tomaron este lugar como un punto para descansar y reponer provisiones.

Desde temprano en su vida, la zona del maule fue codiciada para establecer astilleros, probablemente relacionado con la cercanía y abundancia de bosques. De hecho, ya en el año 1618 el gobernador de la época establecía una merced de tierras para estos propósitos, el beneficiario fue el Alguacil Mayor Don Pedro Recalde, quien estableció las instalaciones en el mismo lugar que hoy ocupa la ciudad.

Bajo la eficiente y recordada administración de Ambrosio O’Higgins, se consideró necesaria la fundación de un puerto que lograra servir como conexión marítima para los productos agrícolas de la zona central. De esta forma, el gobernador determinó que las peticiones de los maulinos tan sensatas como urgentes, de tal forma que se aprestó a decretar el 18 de junio de 1794 la fundación de un puerto llamado primeramente Nueva Bilbao de Gardoqui. Este nombre fue cambiado el 8 de agosto de 1828, en honor a la recién promulgada constitución, año en el cual se le cataloga además como Puerto Mayor, categoría que lució como emblema durante algunas décadas y activó sus mejores años.

Así, en la brecha que genera el río Maule y bien conectado con la ciudad de Talca, se funda el puerto de Constitución, consolidando la lógica fundacional española: las ciudades en el valle central tienen su desahogo marítimo en la costa, su conexión con la lógica comercial de las indias.

Habían existido en ese lugar los astilleros de Juan Jufré y de los Jesuitas, donde se perfeccionó el arte de las célebres lanchas maullina (faluchos) de madera de roble, debido a que el río permitía su navegación hacia el interior.[1]

 “...y los astilleros de Concón. El de Antonio Núñez construía, en 1596, una fragata destinada a la carrera del Callao. El de Constitución, que subsiste hasta hoy, lo fundó Juan Jufré, pasando después al poder de los jesuitas, y a él siguieron los de Lirquén, Concepción, Valdivia y Chiloé, capaces de construir no sólo lanchas y botes, sino también buques aptos para hacer el tráfico al Perú.”[2]

Todo este apresuramiento fundacional fue poco ante de que se le sumara la ciudad de Linares a una seguidilla a través de los valles coloniales en el intento por dotar al país de una espina dorsal, cosa que no se había logrado debido a los sucesivos embates de la guerra de Arauco.

Un par de años después de su fundación, en 1830, la ciudad se transforma en la cabecera de su propio departamento, al amparo de la provincia del Maule.
[1] Jaime Garretón / “El urbanismo en Chile: Conquista y Colonia” / Ediciones Universidad de Concepción, 1997
[2] Francisco Encina



Los Faluchos
Fuente Imagen: www.memoriachilena.cl

“De allá del Maule vengo. Soy un falucho/ cargado de madera y de pescadores ahogados. He dejado atrás Maquehua, Huinganes, Tanhuao hermanos pobres míos, guanayes tristes, echados en fragantes rodelas a la orilla del Maule”[1]

La construcción de los faluchos reviste tintes épicos.

Basados en diseños de raíz normanda y con planos en mano, los artesanos emprendían largas jornadas en incesante búsqueda del trozo de roble exacto, aquel que iba a estructurar y dar vida a este magnífico engendro del ingenio maulino.

La mayor parte de las veces se trataba de una sola y sublime pieza, elegida con paciencia y sabiduría, de tal forma que algunos alcanzaron vidas de hasta un siglo.

Este casco de doble proa era capaz de soportar en su vientre entre 60 y 200 toneladas y los relatos llegan a mencionar viajes de características epopéyicas hasta California.

Pero la rutina cotidiana de estas embarcaciones incluía remontar el río maule hasta el sector denominado como Puerto Perales, dotanto al puerto de una alegre y colorida dinámica cuyas formas y mástiles caracterizaron la silueta urbana de Constitución durante largos años.


[1] Efraín Barquero